martes, 1 de mayo de 2007

La gripe, el jarabe y yo



Cuando era pequeño vivía enfermo, y como diría todo niño de primaria, ninguna excusa es mala para faltar a clases. Pero como decía el pequeño Nicolás, uno se enferma siempre en los peores momentos, cerca al cumpleaños de tu mejor amigo, cuando preparan tu plato preferido y no puedes ni olerlo por la naúsea, en fin, los ejemplos sobran. Afortunadamente, gracias a tantas enfermedades de pequeño, desarrollé un sistema inmunológico suficientemente fuerte como para no enfermarme más... o eso creía. Quizás fue mi culpa por regresar siempre del gimnasio montando bicicleta con el pelo mojado, o dormir tanto con la ventana abierta, quien sabe, pero cual ejército Nazi la gripe me atacó, y caí como Polonia, destrozado y golpeado y hablando raro porque mi garganta ya no podía mas. Fue entonces en que me reencontré con un amigo de la infancia. ¡Ah sí! El dulce jarabe. Entendí de pronto todos los chistes de adicción que había visto en programas desde Los Simpsons hasta South Park. Ese dulce nectar expectorante con sabor adictivo, ese saludable sabor a bronquios sanos. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo fui (re)descubriendo algunas de las desventajas de tan desagrable condición, los dolores estomacales como si llevara conmigo al octavo pasajero. La garganta atormentada por una especie de duende con un rallador de queso. El sueño, el frío, el calor, el frío otra vez, y luego vuelve el calor. Pero todo mal llega a su fin eventualmente (al menos eso me gusta creer) y la angustia y el hartazgo acabaron y vuelvo a la felicidad....espero. Abríguense y cuídense de los malvados duendes de la gripe, giordano

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